III Domingo de Adviento



Lectio Divina de Lucas 3, 10-18
«Nosotros, ¿qué debemos hacer?»

Lecturas: Sof 3,14-18a; Sal: Is 12,2-3.4bcd.5-6; Flp 4,4-7; Lc 3,10-18I



INVOCACIÓN AL ESPÍRITU

Espíritu del Señor,
ven sobre nosotros,
transforma nuestro corazón
y toma posesión de él.
Quema nuestros miedos,
vence nuestras resistencias,
danos capacidad de ser justos
con nosotros mismos y con los demás,
para reconocer y aceptar en todo
las exigencias de la verdad.

Haz que no quedemos
prisioneros de la nostalgia
o de la añoranza del pasado,
sino que sepamos abrirnos,
con serena fortaleza,
a las sorpresas de Dios.
 
Danos la fidelidad
al humilde presente
en el que nos has colocado,
para redimir contigo y en ti
nuestro hoy
y hacer de él el hoy del Eterno.

Haznos vigilantes, confiados y prudentes
en llevar adelante el mañana
de la promesa
en la dificultad de las obras
y en la paciencia de los días
de nuestra vida.
 
Santificador del tiempo,
ayúdanos a hacer
de nuestro camino
el lugar del Adviento,
en el que se asome ya desde ahora,
en los gestos del amor
y en el rendimiento de la fe,
el alba del Reino
prometido y esperado en la esperanza.
¡Amén! ¡Aleluya!       
 
(Bruno Forte)


Lectura del evangelio según san Lucas (3, 10-18)

En aquel tiempo, 10 la gente preguntaba a Juan:
- Entonces, ¿qué hacemos?
11 Él contestó:
- El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
12 Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
- Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
13 Él les contestó:
- No exijáis más de lo establecido.
14 Unos militares le preguntaron:
- ¿Qué hacemos nosotros?
Él les contestó:
- No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.
        15 El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra 16 y dijo a todos:
- Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego: 17 tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
        18 Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.

1. Lectio

En este tercer domingo de Adviento, que llamamos “Gaudete” por las primeras palabras con que inicia en latín la antífona de entrada, la liturgia de la Palabra es una insistente invitación al gozo, al regocijo, al júbilo.
           
La motivación para esta “alegría desbordante” la ofrece especialmente el profeta Sofonías con palabras calurosas de aliento y esperanza:  
“Regocíjate, hija de Sión,
...el Señor ha cancelado tu condena, ...
él está en medio de ti,
es un guerrero que salva,...
se goza, y se complace en ti,
te ama y se alegra con júbilo
como en día de fiesta” (primera lectura) 

La escucha de esta llamada tan viva a la esperanza hace vibrar a la asamblea litúrgica que en el salmo responsorial responde en canto: 
Gritad jubilosos, habitantes de Sión:
“¡qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!”
Él es mi Dios y salvador,
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación”. 

En la segunda lectura, tomada de la carta de los Filipenses, con un texto bien conocido porque lo proclamamos en las II vísperas de los cuatro domingos de Adviento, Pablo reiteradamente ruega a los cristianos de Filipos y a toa la comunidad creyente: 
“Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”. 
Y la razón no podía ser dicha de forma más clara y concisa:
“El Señor está cerca”. 

Esta razón bien podemos decir que constituye el “hilo rojo” del tiempo litúrgico que estamos celebrando y viviendo: El Señor Jesús está cerca, está “en medio de nosotros”, que sin embargo lo seguimos esperando.

A lo largo de las cuatro semanas de Adviento, y de manera especial a partir del día 17 de diciembre toda la liturgia es una viva expresión de “alegre esperanza” suscitada por la inmediata preparación a la gran fiesta de la “memoria litúrgica” de la venida el Señor en la carne, a  la Navidad. Lo expresa de manera hermosa la oración colecta de este día:
“Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante”. 
      
2. Meditatio

Si dejamos para este momento el texto evangélico, momento cumbre de la liturgia de la Palabra en la celebración eucarística, no es porque no se le vea relacionado con la actitud de esperanza y alegría propias de la liturgia de este tercer domingo, sino porque parece que merece una atención particular, precisamente en este tiempo de Adviento.
El protagonista de la perícopa de Lucas es hoy, como el domingo pasado, Juan el Bautista.

El precursor del Señor predica sin medias tintas ni atenuantes la conversión y pide a todos: “¡Dad frutos dignos de conversión!”.

La gente que le escucha es de condición y profesiones diferentes y demuestra haber comprendido que tiene que cambiar algo en su vida.

Y es aleccionador el ejemplo de Juan: no excluye a nadie de la posibilidad de la conversión, de la salvación. Acoge la petición, aprecia la buena voluntad de cambio de todos: la gente, los publicanos, los soldados... Es ésta una postura que me hace reflexionar personalmente y como miembro de la madre Iglesia. 

Tres veces le repiten a Juan la pregunta: “¿Qué debemos hacer?” y se la plantean no de forma genérica, casi evasiva, sino personalizada: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?”. Y es que la relación de Dios con cada uno de nosotros en única, personal. Cada persona se siente llamada a responder a su amor que nos invita a convertirnos, a ser más auténticos, desde nuestra situación concreta, no desde clichés estándar, iguales para todos, indefinidos. 

La pregunta que le plantean al Bautista unos y otros “¿Qué debemos hacer?” puede significar el punto de partida de una auténtica conversión; parece presuponer, en efecto, la renuncia a la propia seguridad y autosuficiencia y el reconocimiento de que la Palabra escuchada contiene un mensaje, una llamada para mí, para cada uno, hoy, en la situación concreta que esté viviendo.

Ésta será siempre una interpelación a realizar en mi vida, en nuestra vida, según las palabras  del Bautista, y de todos los “profetas" de hoy: la justicia, la solidaridad, la caridad... 
“El que tenga dos túnicas y comida, que reparta...; no exijáis más de lo establecido; no hagáis extorsión a nadie...”.
El mensaje, la predicación de Juan sigue teniendo hoy en este inicio del tercer milenio, toda su vigencia y actualidad.
           
Ojalá que la conversión que “en alegre esperanza” intentamos vivir en este itinerario litúrgico del Adviento se traduzca en un cambio de mentalidad, que nos lleve a pequeñas o importantes opciones de verdadera justicia social, atención a los que sufren, apertura sincera ante las necesidades de quienes viven cerca o lejos de nosotros: en oración y obras. 
           
Y todo, con la mirada fija en el Justo por excelencia “que está en medio de nosotros”, Cristo Jesús, el Señor. Nos lo indica y anuncia este domingo Juan el Bautista.
           
Lo esperamos, invocamos su venida, pero sabemos que cada día “está viniendo” y “sale a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y, por el amor, demos testimonio de la espera dichosa de su reino” (prefacio III de Adviento).  
  
3. Oratio

Acompañada por los profetas, por Juan, María, y también por José, los compañeros que la Iglesia nos ofrece para este camino de Adviento, quiero orar con el prefacio II de Adviento:

 
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo Señor nuestro.
 
A quien todos los profetas anunciaron,
la Virgen esperó con inefable amor de Madre,
Juan lo proclamó ya próximo
y señaló después entre los hombres.
El mismo Señor
nos conceda ahora
prepararnos con alegría
al misterio de su nacimiento,
para encontrarnos así,
cuando llegue,
velando en oración
y cantando su alabanza.
 


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Autora: Concepción González, pddm (España)  ·   www.discipulasdm.es

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