Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario


        Lectura orante de Marcos 13,24-32

Veréis venir al Hijo del hombre



 Lecturas: Dn 12,1-3; Sal 15; Hb 10,11-14.16; Mc 13,24-32
 
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU PARA DISPONER EL CORAZÓN

      Espíritu de Dios, Tú que eres Amor,
      enséñame el arte de amar a mis hermanos,
      de escuchar sus necesidades y de hacerme cargo de ellas,
      de ser justo y misericordioso todos los días de mi vida
      mientras espero la gloriosa venida del Señor Jesús. 
 
      Espíritu de Dios, Tú que eres Señor y Dador de Vida,
      líbrame del pecado, de la desesperación, de la tibieza
      y de todo aquello que me impide vivir en plenitud
      como auténtico hijo de Dios,
      mientras espero la gloriosa venida del Señor Jesús.

      Espíritu de Dios, Tú que eres el Maestro interior,
      recuérdame las palabras del Maestro de Nazaret
      y enséñame sus caminos
      para que viva según su voluntad,
            mientras espero su venida gloriosa al final de los tiempos.

      Espíritu de Dios, Tú que revelas la única Verdad,
      líbrame del error y de toda oscuridad
      y ayúdame a entender la buena nueva de la Esperanza,
      mientras aguardo la gloriosa venida del Señor Jesús.

      Espíritu de Dios, Tú que oras en nosotros
      con gemidos inefables,
      pon un clamor en nuestros labios: “¡Ven, Señor Jesús!”,
      pon una esperanza en nuestros corazones: “¡El Señor vendrá!”.

Coros 1 y 2:
Que el Señor venga a nosotros, hoy y siempre.
Aguardamos su venida gloriosa.
Aguardamos su Salvación y la vida sin fin que nos promete. Amén.

Silencio y eco del salmo 


1. Leemos el evangelio de San Marcos 13,24-32 

Dijo Jesús a sus discípulos:
- 24 Pasada la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; 25 las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestes se tambalearán.
     26 Entonces verán venir al Hijo del hombre entre nubes con gran poder y gloria. 27 Él enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo.

28 Aprended de la higuera esta parábola: Cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, sabéis que se acerca el verano. 29 Pues lo mismo vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que ya está cerca, a las puertas.
30 Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto suceda. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 32 En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre.

 Orientaciones para la Lectura

Explicación del texto: El evangelio del Domingo XXXIII del tiempo ordinario está tomado del discurso escatológico de Jesús que, en Marcos, ocupa todo el capitulo 13. Si leemos el capítulo entero, veremos que su estilo es apocalíptico y que contiene elementos proféticos y exhortativos.
Lo más importante y lo central del capítulo es el anuncio de la venida del Hijo del hombre (vv. 16-32). Este anuncio está precedido por unas exhortaciones a la fidelidad en tiempos recios de persecución (vv. 1-23) y va seguido de otras sobre la vigilancia (vv. 33-37).
Lo que Marcos pretende es sostener la fidelidad y la perseverancia de la comunidad cristiana en tiempos difíciles, alentando la esperanza con la fe en la venida del Hijo del hombre.
Las imágenes que se utilizan son típicas de la literatura apocalíptica: la figura del Hijo del hombre tomada del libro de Daniel; los cataclismos, que indican una pronta intervención de Dios; los ángeles; los símbolos cósmicos (La escena es grandiosa. El sol «se hará tinieblas», ya no pondrá luz y calor en el mundo. La luna «no dará su resplandor», se apagará para siempre. Las estrellas «se irán cayendo del cielo» una detrás de otra. Las fuerzas de los cielos «temblarán». Este mundo que parece tan seguro, estable y eterno, se hundirá.). En la apocalíptica, los cataclismos cósmicos son símbolo de la intervención de Dios en la historia y de su juicio sobre la humanidad. En esta clave hay que interpretar la venida del Hijo del hombre tal y como la describe Marcos.
Mientras el Señor vuelve, sus discípulos deben vivir en actitud de vigilancia y atención a los signos del paso de Dios por sus vidas y por la historia. La parábola de la higuera invita precisamente a eso: a velar y discernir los signos de los tiempos y a vivir en fidelidad a la voluntad de Dios.

2. Cuando medites

a. Visualiza la impresionante venida del Hijo del hombre que describe Marcos: en medio de una terrible oscuridad, porque el sol, la luna y las estrellas se han apagado, aparece la figura majestuosa y gloriosa, luminosa y radiante del Hijo del hombre que viene a juzgar y a reunir a sus elegidos. ¿Sientes miedo o sientes confianza al pensar en el final de este mundo que pasa y en la venida definitiva del Señor? ¿Cuáles son las razones de tus sentimientos, sean de miedo o de confianza?

b. El Señor quiere exhortarnos a vivir con consciencia y plenitud cada instante de nuestra vida, a no desperdiciar el don del tiempo, a vivir con sabiduría y justicia pues no sabemos el día ni la hora. ¿Vives con gratitud, intensidad y fidelidad los días que el Señor te regala?

c. ¿Deseas la venida y cercanía del Señor o las imágenes apocalípticas te hacen temer ese acontecimiento? Medita, a propósito de esto, la súplica de la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo: “El Espíritu y la Novia dicen: ¡Ven!, y el que lo oiga diga: ¡Ven!” (Apoc 22,17).

La espera de la venida del Señor nos hace estar en vigilancia, anticipando esa venida con obras de justicia y misericordia. ¿Cómo puedes transparentar la cercanía de Dios y su venida constante en medio de nosotros?

La venida del Hijo del hombre debe llenarnos de alegría, consuelo y esperanza por la promesa del Señor de crear “un cielo nuevo y una tierra nueva” donde habite la justicia (cf. Is 65,17; Apoc 21,1), una nueva creación en la que Dios lo sea todo en todos y el Reino de Dios llegue a su plenitud, una nueva humanidad en la que el mal ya no exista y Él sea el Señor de todos y de todo. ¿Experimentas tú esa alegría y ese consuelo? Si no es así, pídele al Señor que aumente tu fe, que calme tu miedo y que te llene de esperanza en sus promesas.

Silencio meditativo

Escucha del canto “Ven, Señor Jesús” (Hermana Glenda)


Ven, Señor Jesús, porque sin Ti ya no hay paisaje.
Ven, Señor Jesús, porque sin Ti no hay melodías.
Ven, Señor Jesús, porque sin Ti no encuentro paz, nada.
Sin ti, mis ojos no brillan.
La vida es poca cosa sin Ti... La vida es poca cosa.
Ven, Señor Jesús, ven pronto a mi vida, ven pronto, Señor, ven pronto.

Porque sin ti yo no quiero la vida, ya no canto con alma,
ya mis manos no sirven, ya no escucho latidos, ya no abrazo con fuerza,
mi corazón no se ensancha, mi sonrisa no espera. Y todo sin Ti.
Nada vale la pena, porque sin ti ya no me llena nada.
Porque sin Ti todo suena vacío; sin Ti, todo me deja tristeza.
Porque sin Ti yo no respiro hondo.
Porque sin Ti todo me cansa.
Porque sin Ti me falta todo y me sobra todo,
todo sin Ti sin Ti.

Ven, Señor Jesús, ven pronto a mi vida, ven pronto, Señor, ven pronto.

Porque, sin Ti, no me importa mi hermano, no me importa el que sufre,
Porque sin Ti mi corazón es de piedra a quien todo resbala,
acostumbrada a los pobres, acomodada en su casa,
sin jugarse la vida, sin gastarla por nada, sin gastarla por nada.
Ven, Señor Jesús, ven pronto a mi vida, ven pronto, Señor, ven pronto.

3. Cuando ores
  • Con el Salmo 15/16, puedes expresarle a Dios tu confianza en que al final de tu vida y al final de la historia Él no nos entregará a la muerte sino que nos enseñará el sendero de la vida y nos llenará de dicha en su presencia.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha, no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena:
porque no me entregarás a la muerte
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
  • Ora al Señor insistentemente, a modo de jaculatoria: “Ven, Señor Jesús. Crea lo cielos nuevos y la tierra nueva donde habite tu justicia”.
  • Terminamos juntos, orando la proclamación de Pablo VI: 

    Debo proclamar su nombre:
    Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo;
    Él es el que nos ha revelado al Dios invisible,
    Él es el primogénito de toda criatura y todo se mantiene en Él.
    Él es también el maestro y redentor de los hombres;
    Él nació, murió y resucitó por nosotros.

    Él es el centro de la historia y del universo;
    Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida,
    hombre de dolor y de esperanza;
    Él ciertamente vendrá de nuevo
    y será, como esperamos, nuestra plenitud de vida y de felicidad.

    Yo nunca me cansaría de hablar de Él;
    Él es la luz, la verdad; más aún, el camino, la verdad y la vida;
    Él es el pan y la fuente de agua viva,
    que satisface nuestra hambre y nuestra sed;
    Él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo,
    nuestro consuelo, nuestro hermano.

    Él, como nosotros, y más que nosotros, fue pequeño, pobre,
    humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente.
    Por nosotros habló, obró milagros,
    instituyó el nuevo Reino en el que los pobres son bienaventurados,
    ... en el que los que tienen hambre de justicia son saciados,
    ... en el que todos son hermanos...

    Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega,
    el rey del nuevo mundo,
    la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino.
    Él es nuestro mediador, a manera de puente entre la tierra y el cielo;
    Él es el hijo del hombre por antonomasia
    porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito,
    y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres.

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                   Autora: Conchi Lòpez, pddm (España) · Lectio Divina equipo pddm
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    Otra propuesta de lectio para este texto la encontrarás aquí:
    Él está cerca, a la puerta
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